lunes, 20 de abril de 2009

SILVIO EN LA EFE EME



LA REVISTA EFE EME DEDICA UN ARTÍCULO A SILVIO, CON MOTIVO DEL HOMENAJE AL FNAC.

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Silvio
El rockero semanasantero


EFE EME | 14/04/2009







Esta
semana vuelve a hablarse en Sevilla de Silvio Fernández Melgarejo. A la
historia de la música española ha pasado sencillamente como Silvio, el
rockero, un bohemio con aires de artista maldito que representó mejor
que nadie las contradicciones de la ciudad que nunca quiso abandonar.
Inclasificable, incorregible, inolvidable.
La Fnac Sevilla y
Ediciones Senador han sido los responsables de organizar tres jornadas
de actividades que se celebrarán en el Fórum de Fnac Sevilla en los
días 14, 15 y 16 de abril, de 19:00 a 20:30 horas. Estos encuentros
pretenden ofrecer distintas visiones de Silvio: el artista y su
relación con la ciudad de Sevilla, su retrato a través de otros
artistas y el análisis de los profesionales de los medios de
comunicación que alguna vez escribieron sobre él. "Una amplia
panorámica que se completará con la visión de quienes han participado
en el proyecto documental A la diestra del cielo, dedicado al cantante”.
Luz
Casal, Pepe y Álvaro Bejines, Andrés Herrera “El pájaro”, Manuel
Luzbel, Pive Amador, Luis Clemente o Alfredo Valenzuela son algunos de
los participantes en estos actos.


Texto: JAVIER MÁRQUEZ.





“Un perdedor es el que tiene ansia,
y un ganador, el que tiene suerte”.
Silvio Fdez. Melgarejo


Gastaba
los apellidos Fernández Melgarejo, pero en Sevilla, en los andurriales
musicales, se le conocía solo por el nombre. Alguien decía “¿Has
escuchado la que ha montado Silvio en Granada?”, y no hacía falta decir
más. Era el califa del rock’n’roll, el Charles Bukowski de los
escenarios, un batería metido a cantante y alzado a la categoría de
profeta de final de milenio en la recién estrenada democracia española.
Un señorito ácrata con maneras de vagabundo, o al revés.

Se casó
con una rica heredera británica, con una familiar de lores, ladys y
bizcondes. La abuela de ella era íntima de la reina madre. Tuvieron un
hijo y estuvieron juntos los meses necesarios para que ella se diera
cuenta de que a Silvio no había quien lo metiera en cintura. Si antes
se iba de juerga al bar de la esquina en la calle Niebla de su barrio
de Los Remedios, ahora cogía un avión con los amigos y se presentaban
en cualquier ciudad de Europa. La dote del suegro corría con los
gastos. Porque como en aquellos días las mujeres no podían hacer
gestiones bancarias, Silvio se encargaba de ir a retirar los fondos que
le enviaba la familia. Y unas veces volvía con ellos a casa y otras no.
Dicen que cuando ella se marchó, con las perras que le quedaron a
Silvio montó un bar en la Costa del Sol, donde habían estado viviendo.
Nadie pagaba nada, todos invitados. Cuando se acabó la última botella
cerró el chiringuito y volvió a Sevilla.

Un “rockero
semanasantero”, así lo definió Jesús Quintero en una entrevista. ¿O era
al revés? Con Silvio siempre había más de una manera de ver las cosas.
Porque también dicen que la vida era demasiado para Silvio y por eso
bebió y bebió hasta que reventó en 2001, a los 56 años. Pero no fue
así. Más bien ocurrió que Silvio era demasiado para la vida, que no
estaba acostumbrada a que alguien le marcase el ritmo de aquella
manera; y se lió, tropezó, y se quedó atrás, dejando a Silvio más solo
que la una.

Silvio fue demasiado para la vida y también para
Sevilla. Porque si España es un país conocido por maltratar a muchos de
sus artistas, Sevilla es ya el templo del despropósito. Para triunfar
en Sevilla y que te guarden en la memoria no hay más opción: o te
alineas con los que aman a la ciudad o con los que la odian. Y por
supuesto, te comportas de acuerdo con esa postura.?Y así, unos
sevillanos recuerdan al Pali mientras otros homenajean a Triana o
Alameda.

Y en eso llegó Silvio, el rockero que metía ritmos
procesionales en sus canciones; el que gritaba en sus conciertos “¡Viva
España, viva Sevilla y viva la Benemérita!”, y se paseaba arriba y
abajo con el micro en alto como si fuese el bacalao de cualquier
cofradía; el que escribió que cuando el rey Don San Fernando conquistó
Sevilla, lo primero que preguntó fue “¿Dónde está mi Betis?”; el que
tuvo los arrestos de coger un clásico soul como el “Stand by me” de Ben
E. King y convertirlo en “Rezaré”, un canto incondicional de amor
mariano que, para remate del melodrama, iba dedicado a las vírgenes de
cabecera de la ciudad (Amargura, la Estrella, La O, el Amor, Macarena,
Trianera...); o coger una marcha procesional y hacer con ella un tema
rockero de los que hacen saltar de la silla a los culos más lastrados.
Por cierto, que Enrique Bunbury recuperó este tema en su pasada gira de
2008, ofreciendo un sentido homenaje al rockero, y la estrenó a su paso
por Sevilla. Lo triste es que el zaragozano tuvo que explicar al
respetable quién era el autor en cuestión, porque salvo honrosas
excepciones, pocos conocían, entre esos miles de asistentes, a su
legendario paisano.

En una de las varias entrevistas con Jesús
Quintero, el periodista le preguntó por los papas –no las papas– y
Silvio respondió: “¡Hombre, ese Pío XII...! Y Juan XXIII... y Las
Candelarias... y El Cachorro...” ¿Hay que tener arte o solo ser un
poeta callejero tocado por el alba sevillana? Así, coñac en mano, sin
el reposo del puchero, el rockero hilaba a los papas con los barrios de
la ciudad, y éstos con sus cofradías. Silvio era tan sevillano que
hasta seducía a los sevillanistas más requetés, como Antonio Burgos, al
tiempo que era tan rockero que llegó a tocar con los Smash, que también
habrá vecinos que no los conozcan, aunque fueron un grupo capital en el
rock español de los setenta y surgieron ¿dónde? Pues sí, señor, en
Sevilla.

Pero Silvio no se casaba ni con su padre, no atendía a
razones, ruegos ni favores. Y si hoy había que callarse y no decir esta
boca es mía, él cogía y lo gritaba; y si mañana había que ir en
chándal, él se presentaba encorbatado. Silvio nunca rompió un molde,
porque nadie fue nunca capaz de encajarlo en ninguno.

Ediciones Senador acaba de lanzar en DVD una película documental dirigida por Francisco Bech, A la diestra del cielo,
en la que se rescata la historia del rockero a través de los recuerdos
de muchos de sus amigos y colaboradores. Entre líneas –o fotogramas– se
lee con triste claridad que si Silvio hubiese nacido en Barcelona, o
hubiese emigrado a Madrid como Sabina, Ríos o tantos otros, hoy lo
conocería más gente, tendría más recopilatorios y lo citarían como
bohemio canalla. Pero ya se sabe que el amor es ciego, y él amaba a
Sevilla tanto como al rock’n’roll. Y por eso se quedó. Pero en esta
Sevilla del nuevo milenio ya no hay bohemios canallas, solo borrachines
con gracia. Y aunque en Triana ya exista la calle Rockero Silvio, poca
gente con menos de treinta años ha oído hablar alguna vez de uno de sus
paisanos más ilustres.

Silvio lanzó su primer disco junto a
Luzbel, en 1980, y sacaría cinco discos más en los siguientes veinte
años, junto a Barra Libre (1984), Sacramento (1988 y 1990) y los
Diplomáticos (1999). Solo seis álbumes en dos décadas, pero un millón
de actuaciones tras ellos. En 1993 fue el primer músico español en
recibir la Medalla al Mérito Rockero. El cardenal Amigo Vallejo, Curro
Romero, cantaores flamencos de renombre y colegas como Miguel Ríos, Luz
Casal o Joaquín Sabina se declaran incondicionales de su arte.

Silvio
fue la Movida sevillana, se las bastó solito, y le echaba la pata a la
madrileña en cualquier momento. Lo suyo era un mito. Había gente que se
recorría el país entero para ir a verlo, porque no se acababan de
explicar qué era lo que podía ofrecer aquel hombre, con más pinta de
cantaor de flamenco que de rockero, para que sus fieles hablasen de él
como lo hacían.

Y entonces Silvio subía a escena y empezaba a
cantar. Y cantaba rock, y blues, y soul y flamenco; y cantaba en
español, en inglés, en italiano y en francés. Y gritaba, y reía y
bailaba. Terminaba el show y uno no sabía si había estado en un
concierto o en una disparatada “performance”; lo que tenía claro era
que nunca había visto ni oído algo igual. Y al final, sonaba en el
recuerdo aquello que escribió un crítico sobre Lola Flores después de
verla sobre las tablas: “No canta, no baila, no se la pierdan”.




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